El resurgimiento de los Juegos Olímpicos tiene un nombre propio, el del Barón de Coubertin. Pierre de Fredi era un aristócrata francés perteneciente a una familia noble cuyas grandes pasiones se centraban en la sociología y la pedagogía. Su paso por Inglaterra le despertó un interés especial en la educación deportiva que recibían los jóvenes británicos y que derivó en su pertinaz intento por restaurar los Juegos Olímpicos a nivel universal, influenciado por el descubrimiento de las ruinas de la Antigua Olimpia en 1829 y por figuras como Angelos Zappas o William Penny Brookes y los Juegos que este último había instaurado en la localidad inglesa de Munch Wenlock.
Durante varios años, Pierre de Coubertin estuvo trabajando en la idea de la reinstauración de los Juegos de Olimpia, que plasmó por primera vez en una conferencia en la Sorbona de París en 1892, aunque no con el éxito esperado.
Dos años más tarde, en un congreso internacional de deporte, de nuevo en la capital francesa, Coubertin defendió más firmemente su propuesta de la recuperación de unos Juegos modernos e internacionales celebrados cada cuatro años de manera itinerante por distintas ciudades del mundo. Finalmente, el 23 de junio de 1894, en la clausura del citado congreso, la propuesta de Coubertin fue aprobada por unanimidad y el restablecimiento de los Juegos Olímpicos se convirtió en una realidad con la constitución del Comité Olímpico Internacional.
Tan solo dos años más tarde, el Barón de Coubertin vería recompensados sus esfuerzos con la celebración en Atenas de los Juegos de la I Olimpiada de la era moderna.
Texto extraído de «El deporte femenino español en los Juegos Olímpicos«