Hoy hace 70 años, el mundo era testigo del primer ataque nuclear con la explosión de una bomba atómica sobre Hiroshima en el marco de la II Guerra Mundial que dejó cerca de 140.000 muertes en la ciudad japonesa.
Diecinueve años después, el movimiento olímpico no fue ajeno a esta tragedia y quiso rendir homenaje a las víctimas de esa terrible masacre en los Juegos Olímpicos de Tokio.
En 1959 se decidía en la 55ª sesión del Comité Olímpico Internacional celebrada en Múnich que los Juegos Olímpicos fueran por primera vez al continente asiático después de que Tokio tuviera que renunciar a los de 1940 con motivo de la guerra entre Japón y China, aunque, no obstante, esos Juegos no llegaron a disputarse por el estallido de la II Guerra Mundial.
Veintitrés años después de su primera elección, Tokio se imponía en la primera ronda de votaciones a Detroit, Bruselas y Viena para acoger los Juegos de la XVIII Olimpiada, unos Juegos marcados por los avances tecnológicos, una fuerte inversión y una minuciosa organización con la que Japón pretendía lavar su imagen tras la II Guerra Mundial.
El cruento enfrentamiento bélico había dejado millones de víctimas y protagonizado dramáticos acontecimientos como el uso de las primeras bombas atómicas.
En su intento por dejar atrás los horrores de la guerra, los Juegos de Tokio hicieron su particular homenaje al trágico bombardeo sufrido en Hiroshima primero y, días después, en Nagasaki.
En primer lugar, el comité organizador incluyó en el recorrido de la antorcha olímpica desde Olimpia hasta Tokio una parada en Hiroshima. El 20 de septiembre de 1964, el fuego recorrió las calles de una ciudad japonesa en la que aún eran visibles las consecuencias de la ofensiva de Estados Unidos.
Pero el homenaje más importante a todas las víctimas de ese ataque se llevó acabó en la ceremonia de apertura en el Estadio Olímpico de Tokio el 10 de octubre de 1964, cuando Yoshinori Sakai se encargó de encender el pebetero, pues Sakai había nacido en Miyoshi, en las inmediaciones de Hiroshima, el 6 de agosto de 1945, solo unas horas después del lanzamiento de la bomba atómica sobre la ciudad japonesa.
El conocido como “el bebé de Hiroshima” fue elegido como el último relevista de la antorcha olímpica de entre los más de 100.000 portadores que transportaron el fuego desde Olimpia. Sakai dio media vuelta al Estadio y subió los 164 peldaños para encender el pebetero de los Juegos de Tokio ante una gran ovación del público que se unía a este claro gesto por la vida y la paz.
La imagen de Yoshinori Sakai, que falleció el pasado mes de septiembre, portando la llama olímpica y encendiendo el pebetero es sin duda una de las postales más célebres de la historia de los Juegos Olímpicos por su simbolismo y por la recuperación del espíritu pacifista de los Juegos de la Antigüedad.